domingo, 9 de octubre de 2011

( ... ) En la medida exacta en que el prejuicio de la razón nos impulsa a conceder unidad, identidad,
permanencia, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos de algún modo atrapados en el
error; necesitamos el error; aunque, en base a una rigurosa comprobación estemos
íntimamente convencidos de que ahí radica el error. Con esto sucede igual que con los
movimientos de las grandes constelaciones: en éstos el error tiene a nuestros ojos como
constante defensa; en lo otro, el abogado defensor es nuestro lenguaje. Por su origen el
lenguaje pertenece a otra época de la forma más rudimentaria de la psicología: caemos
en un fetichismo grosero cuando tomamos conciencia de los supuestos básicos de la
metafísica del lenguaje, o, por decirlo más claramente, de la razón. Ese fetichismo ve
por todos los lados a gentes y actos: cree que la voluntad es la causa en general; cree en
el «yo», que el yo es un ser, una sustancia, y proyecta sobre todo la creencia en el yo
como sustancia. Así es como crea el concepto de «cosa». El ser es añadido mediante el
pensamiento y se le introduce subrepticiamente en todas las cosas como causa; el
concepto de «ser» se sigue, deductivamente, del concepto de «yo»... A la base está ese
enorme y fatídico error de que la voluntad es algo que produce efectos, de que la
voluntad es una facultad. Hoy sabemos que no es más que una palabra... Mucho más
tarde en un mundo mil veces más ilustrado, los filósofos tomaron conciencia muy
sorprendidos de la seguridad y de la certeza subjetiva en el manejo de las categorías de
la razón; sacaron entonces la conclusión de que tales categorías no podían proceder de
algo empírico; todo lo empírico, decían, está efectivamente en contra de ellas... ( ... )

' El ocaso de los ídolos ' 
Friedrich Nietzsche